Investigación y mujeres

No me voy a ir por las ramas: si hablamos de este binomio el panorama sigue siendo desolador. Y no solo haciendo referencia a los tristemente famosos casos de científicas brillantes que dieron la pista inicial, cuando no desarrollaron directamente la hipótesis de trabajo que condujo al descubrimiento por el que otro (y casi siempre hombre) se colgó la medalla. Medalla que a veces era un galardón de la talla del premio Nobel.

Por citar algunos:

Ida Tacke fue la primera científica en mencionar la idea de la fisión nuclear. Su trabajo fue ignorado y asumido posteriormente por Lise Meitner y Otto Stern. En este había descrito los procesos fundamentales de la fisión. Más tarde, Enrico Fermi fue galardonado con el Premio Nobel de Física por sus trabajos sobre radioactividad inducida.

Rosalind Elsie Franklin, química y cristalógrafa inglesa, autora de las imágenes por difracción de rayos X que revelaron la forma de la doble hélice de la estructura del ADN, del ARN, de los virus, del carbón y del grafito. Su contribución personal a los estudios relacionados con el AND no se reconoció en la medida que se hizo con los de James Watson, Francis Crick y Maurice Wilkins (galardonados con el Nobel en Fisiología y Medicina, en 1962).

Otro tema relacionado con lo anterior, el  tardío acceso a la universidad de la mujer. Algunos ejemplos por países:

En España hasta el curso académico 1910-11 las mujeres no pudieron acceder a la Universidad.

En la Universidad de Cambridge (GB) en 1922 aún no otorgaban títulos a mujeres. No fue hasta 1947 que lograron la plena pertenencia.

Y al otro lado del charco la situación tampoco era muy halagüeña.  En Princeton, no se podía acceder al programa de doctorado de Astronomía, si eras mujer, hasta 1975.

Pero si enfocamos la atención en otra vertiente de la investigación, en el de las aplicaciones de esta y en concreto, a la investigación biomédica, también encontramos desigualdades notables.

Antes de entrar en materia en lo que a desigualdad se refiere, remarcaremos la importancia de los ensayos clínicos (EECC) en la investigación.

Son el prototipo experimental en seres humanos. Tienen un diseño, procedimientos, supervisión y vigilancia específicos. De más de 5 000 moléculas que se identifican en el laboratorio, llega de media a la aprobación final sólo una, lo que implica mucho tiempo y dinero invertido en el proceso.

La población de pacientes susceptibles de ser incluidos en un EECC debe cumplir ciertos criterios: tener un determinado tipo de cáncer (en el caso de los ensayos clínicos de oncología), un historial de tratamiento concreto o estar en un determinado grupo de edad. Lo que ayuda a que las personas sean similares entre sí, para que los resultados derivados del tratamiento sean asociados al propio fármaco y no a otros factores.

Pero lo expresado anteriormente no es óbice para que se excluya a las mujeres de los ensayos. Uno de las innovaciones más valoradas en los últimos treinta años, en lo que respecta a la salud femenina, es la inclusión de las mujeres  en los EECC para así poder investigar cuestiones de salud relativas al sexo. Históricamente hemos sido excluidas de la investigación en ensayos ya que es más costoso, en términos económicos, debido a variables tales como los factores hormonales. Como resultado de todo ello, los datos no se analizan en función de diferencias de sexo y género.

En el pasado, la mayoría de los estudios se hicieron sobre hombres. Y los resultados de estos estudios fueron generalizados a guías que orientan el diagnóstico, tratamiento y la prevención de las enfermedades en las mujeres.

A pesar de lo mejorable de la sanidad en EE. UU., voy a detallar el caso concreto de  una iniciativa popular propuesta por una organización, la SWHR (Society for Women´s Health Research), que tras ser aprobada en el Congreso, cambió radicalmente la participación de las mujeres en los ensayos clínicos.

Organización fundada en 1990 por Florence Haseltine, que tras llegar al NIH y ver el papel que ocupaba la investigación en obstetricia y ginecología, decidió intentar que tuviera un papel más relevante.

Consiguió que en 1993 el entonces presidente de los EE.UU., Bill Clinton, firmase una ley que incluía a las mujeres y a las minorías étnicas en todo tipo de investigación clínica y que los ensayos en Fase III fuesen analizados por sexos.

Desde entonces continúan teniendo un papel relevante a la hora de poner en evidencia la falta de regulación existente en lo que a género, investigación, salud y tratamientos en general y además han conseguido ser consultados en lo que a proposición de nuevas leyes relativas a estos temas se refiere.

Más referencias:

 

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