Las artistas ignoradas

Cualquiera que se interese por la historia del arte puede notar enseguida que se mencionan muy pocos nombres de mujeres  artistas. Únicamente al llegar a los movimientos de vanguardia del siglo XX van apareciendo algunos de esos nombres. Siempre ha habido mujeres artistas que han sido sistemáticamente ignoradas por el discurso historiográfico oficial, pero desde los años setenta, y con Linda Nochlin a la cabeza, diversas historiadoras del arte han intentado modificar o completar el discurso heteropatriarcal añadiendo a todas aquellas artistas olvidadas.

En 1971 la historiadora de arte Linda Nochlin escribió ¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?, un célebre artículo que abrió la puerta a toda una revisión de la historia del arte en clave feminista. En él llegaba a una conclusión indiscutible: si no ha habido equivalentes femeninos a Picasso o Miguel Ángel es porque una serie de factores sociales ha impedido a las mujeres desarrollar su talento hasta hace bien poco. Hasta finales del XIX a las mujeres les estaba prohibido el acceso a modelos desnudos, lo que impedía que se pudieran dedicar a los géneros mayores de la pintura (la histórica y la mitológica); así se veían obligadas a cultivar los (entonces) géneros menores como el retrato, el paisaje o las naturalezas muertas. El grupo de activistas feministas Guerrilla Girls empapeló en 1989 las calles de Nueva York con la pregunta «¿tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Metropolitan?». Protestaban contra la terrible paradoja que ha condicionado la presencia de las mujeres en la historia del arte: la hipervisibilidad de la mujer como objeto de la representación y su invisibilidad como sujeto creador.

Durante estos años de reivindicación y recuperación del arte hecho por mujeres, multitud de investigaciones han sacado a la luz muchas figuras interesantes que evidencian que las mujeres, obviamente, también tuvieron inquietudes estéticas desde hace siglos. El historiador romano Plinio el Viejo (siglo I d. C.) mencionó en sus textos a seis mujeres artistas de las que prácticamente no conocemos más que sus nombres. Más adelante, en la Edad Media, muchas mujeres se dedicaron a la elaboración de tapices y bordados. De ellas solo conocemos algunos nombres, como el de la reina Matilde, de la que se decía que participó en la elaboración del famoso Tapiz de Bayeux del siglo XI. También hay indicios de la existencia de monasterios dobles en los que monjas y frailes copiaban e iluminaban manuscritos; por desgracia muchos de los realizados por mujeres han llegado a nuestros días como anónimos. El famoso Beato del Apocalipsis de Gerona está firmado por el monje Emeterio y por una mujer llamada Ende.

Sofonisba Anguissola

Durante el siglo XV se produce un cambio de actitud en cuanto a la educación de las mujeres. En El cortesano Baltasar Castiglione detalla las nuevas virtudes de los perfectos cortesanos (tanto hombre como mujer): una refinada educación, ingenio en la conversación y habilidades para la pintura, la música y la poesía. Esto permitió que en la aristocracia italiana apareciesen algunos nombres de mujeres artistas, como las pintoras Caterina dei Vigri y Sofonisba Anguissola o la escultora Properzia de’ Rossi. Anguissola estudió latín, música y dibujo. Al no poder acceder a ningún taller tuvo que centrarse en el género del retrato y con él fue la primera mujer pintora que obtuvo una fama considerable. Además de la posición social, lo que permitió a las mujeres desarrollarse como artistas en el Renacimiento y el Barroco fue el hecho de pertenecer a una familia de artistas. Conocemos a muchas de estas: Fede Galizia, Lavinia Fontana, Levina Teerlinc o Marietta Robusti (hija de Tintoretto). Artemisia Gentileschi destaca de entre sus contemporáneas por dos elementos presentes en su obra: la elección de temas religiosos y mitológicos protagonizados por mujeres fuertes como Judith, Susana o Esther, y el original punto de vista que la lleva a representarlas como heroínas frente al abuso del hombre. El discurso historiográfico, al no poder encuadrarla en los estereotipos vinculados al «arte femenino» (delicadeza, elegancia o blandura), la ha despreciado tachándola de mujer «masculina» o de mujer «lasciva».

A finales del XVII se comenzaron a fundar las academias de bellas artes en Europa, en algunas de las cuales fueron admitidas mujeres aunque nunca les fue permitido estudiar desnudos, participar en los concursos o dedicarse a la enseñanza. En L’Académie Royale de París a lo largo del siglo XVIII algunas mujeres alcanzaron el rango de académicas, entre ellas: Rosalba Carriera, experta en la técnica del pastel, Anne Vallayer-Coster, pintora de flores y las retratistas Elizabeth-Louise Vigée-Lebrun y Adelaïde Labille-Guiard. Con la Revolución Francesa las instituciones artísticas cerraron las puertas a las mujeres. Sin embargo, por la importancia que empezaron a adquirir los retratos y la pintura de género, el número de mujeres que exponían en los salones aumentó considerablemente a finales del XVIII y principios del XIX. Destaca un grupo de seguidoras del pintor de la Revolución Jacques-Louis David: Constance Marie Charpentier, Césarine Davin-Mirvault y Angélique Mongez, entre otras. Es curioso que de la primera fue muy apreciado un cuadro que primero fue atribuido a David. Cuando se supo que la obra era de la pintora la opinión de los críticos cambió radicalmente.

Frida Kahlo

Ya en el siglo XIX, algunas artistas empezaron a producir obras de géneros hasta entonces reservados sólo a los hombres. Son famosas las enormes escenas de batallas de Elizabeth Thompson o los dibujos y esculturas de animales obra de Rosa Bonheur. Esta última, para realizar los estudios de los animales que le interesaban, acudió a muchas ferias de ganado y mataderos, que eran ambientes masculinos, vestida de hombre. Es en este siglo cuando empiezan a publicarse textos sobre mujeres artistas, siempre presentadas como artistas «femeninas» que desarrollaban una pintura grácil y delicada, agrupadas únicamente en función de su sexo y no de características técnicas o estéticas.

Durante el siglo XX muchas mujeres se introdujeron en los círculos artísticos como modelos o a través de sus maridos, pero la historiografía las ha apartado en beneficio de sus compañeros varones. Antes de las vanguardias, debemos mencionar a Berthe Morisot y Mary Cassat como pintoras impresionistas. Dentro del expresionismo alemán destaca Paula Modersohn-Becker, que formó parte del grupo El Puente y a Käthe Kollwitz, figura destacada del realismo crítico. El nombre de Gabrielle Münther desaparece en los libros de historia del arte al lado del de Wassily Kandinsky, aunque contribuyó en gran medida a la creciente importancia del color y la abstracción. Sonia Terk, esposa de Robert Delaunay, es tan responsable de la creación del cubismo órfico como él pero es más conocida por sus diseños de vestuario. Hannah Höch, encuadrada dentro del dadaísmo, fue la primera alumna de la Escuela de Arte Industrial de Berlín y desarrolló la técnica del fotomontaje y el collage. El primer movimiento en incorporar a la mujer en igualdad de condiciones fue la vanguardia rusa, con las artistas Natalia Goncharova y Olga Rozanova como figuras clave. La pintora y fotógrafa Dora Maar documentó con su cámara el proceso de creación del Guernica de Picasso. Dentro del surrealismo destacan Dorotea Tanning y Frida Kahlo que coinciden en sus perturbadoras visiones de sí mismas.

Las mujeres nunca lo han tenido fácil, ni en el mundo artístico ni en ningún otro. Muy poco a poco van consiguiendo derechos y libertades, pero no podemos caer en el error de creer que ya se ha alcanzado la igualdad total. Es por ello por lo que  debemos recuperar y reivindicar a las mujeres que dieron los primeros pasos en la lucha contra la injusticia.

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