«La velleza del celebro»

George Arthur Akerlof ganó el Premio Nobel de Economía en 2001. De hecho, es una eminencia en economía de ascendencia judía que… Un momento: esta es una revista donde se quiere dar relevancia a la mujer, sin discriminación positiva. Solo con justicia neta. Empezaré de nuevo: George Arthur Akerlof es el marido de Janet Louise Yellen, la presidenta de la Reserva Federal estadounidense. Una señora muy fea, además de una economista brillante, que tuvo la suerte de casarse en 1978 con este señor, mientras babeaban observando la curva de Phillips… ¡qué conexión! Qué envidia.

Según Forbes, Janeet Louise Yellen es la segunda mujer más poderosa del mundo de un total de cien. Hay una española en la posición…  No, no la hay. Pero podría haberla si Julio Iglesias se hiciera un cambio de sexo, cosa que no descarto, puesto que siempre intuí que es «lesbiano». De momento no se da el caso. O quizá podría haberla si Shakira se dejara de tonterías y se hiciera española 100 % (mejor no… Tendría que renunciar a la nacionalidad colombiana y catalana… Mucho lío).

No, no contestes… Piensa en si, sea quien sea el que tenga esta responsabilidad en tu empresa, llama a tu puerta y te dice con la boca seca: «Es Janet».

Me pregunto qué relación hay entre la belleza exterior y la credibilidad. Digamos que Janet (yo la llamo por su nombre de pila porque somos colegas) no ha tenido que aguantar ninguna sonrisilla de autosuficiencia mientras daba un discurso o cuando se agachaba a recoger un post-it en una juventud que intuyo estuvo marcada por el acné. Nunca fue blanco de hostilidades femeninas. Hillary nunca sospechó de Bill Clinton cuando se reunía a altas horas de la madrugada con Janet para discutir (discutir con Janet era imposible dado su carácter dulce y conciliador) acerca de si era halcón, gavilán o paloma… Esto es un chiste del gremio que paso de explicar. Lo buscáis. Eran buenos tiempos para los Clinton. Él pasaba horas con una mujer talentosa y fea y ella centraba todos sus esfuerzos en comprar todos los geles íntimos para alentar sexualmente a un supuesto desganado Clinton. Qué suerte tenían todos: Janet era bromuro para los hombres. Volvamos a una oficina «testosterónica» cualquiera. ¿Qué esperarías tú si te dicen: «Es Janet, ¿le digo que pase?».

No, no contestes… Piensa en si, sea quien sea el que tenga esta responsabilidad en tu empresa, llama a tu puerta y te dice con la boca seca: «Es Janet».

Te arreglas la corbata, me juego lo que quieras. «Que pase, que pase» dices recolocando la grapadora sin saber qué coño haces (hace más de dos años que no grapas nada a nada; de hecho, no sabes ni si hay folios en todo el edificio).

Y entra Janet.

Fin del relato sexual. Ahora mismo te imagino buscándola en Google puesto que hasta este momento te la ha traído al pairo este artículo. Pero ahora he captado tu atención.

¿Qué esperabas? ¿Que entrara Letizia Ortiz? La reina, digo. No la republicana atea con barbilla y rasgos contundentes. No. Janet no es de las que se dulcifica el rostro a golpe de bisturí. No lo digo yo, ha sido debate de este país. Debate por cierto, sometido a normas y censuras, como cualquier debate que se precie.

¿Sabes qué va a pasar cuando entre Janet? Que la vas a escuchar y te preguntarás cómo logró el amor con la puta mala suerte que tienes tú. Por qué ella sí y tú, no.

La moraleja de esta bonita historia inconexa no es otra que la de que leas entre líneas cuán mediocre es la medida de la belleza con o sin inteligencia asociada. No hace falta estar cañón para gustar. Basta con gustarte para ser cañón. Y aquí podría escribir tres páginas más sobre las nuevas generaciones de políticos nenuco de contrachapado con balcón a la calle. Pero no será hoy.

Esta historia termina con el marido de Janet bendiciendo ese día de 2001 en que se le otorgó el Nobel de Economía y pudo decir que la gobernadora de la Reserva Federal tenía al fin un compañero a su altura. Un premio nobel de economía.

Esto me recuerda a otra historia de amor pero tendría que escribir un Hola y no me seduce la idea de empezar otro artículo y menos saludando. Eso será otro día. Bienvenidas y bienvenidos. Hoy he sido suave. No os confiéis. Es solo una técnica para teneros con las defensas intelectuales bajas.

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